Antes de la Carta…
Estoy sentada en la computadora, escucho algunos adagios y me dejo llevar por algunos recuerdos y sentires de estas navidades que me trajeron hasta este momento.
Estas navidades no fue fácil elegir lo que haría, pues me tocó tomar una, entre varias propuestas y definitivamente creo que mi opción fue la mejor y más significativa en mucho tiempo. Pude haber viajado o ido a un retiro; pude participar en las actividades de Una sonrisa en Navidad o en las de mi parroquia, pero al final opté por quedarme en casa, recoger mi cuarto y mis ideas para empezar el año con buen pie.
El estar en casa contribuyó a que un importante porcentaje del día estuviera libre para salir, caminar o compartir con mis amigos y familiares. Este año, como los anteriores, vinieron de visitas mis tíos Ricardo y Sandra con mis dos primitas, Natalia y Emilia la nueva. Creo que el verlos y conocer a la princesita de cinco meses fue mi mayor incentivo a quedarme, pero nunca pensé todo lo que traería consigo es te hecho.
Sandra y las niñas a penas se quedaron un día, para luego ir a San Cristóbal y visitar a la familia materna, pero fue intenso y lleno de sorpresas. Esa noche vino de visita cualquier cantidad de personajes que creía perdidos en mi memoria. Tíos y primos desfilaron por la casa de mi abuela paterna y lugar de reunión familiar, y asombrados me veían, después de unos cuatro o cinco años de ausencia, y preguntaban por mi mamá, por la abuelita y mis hermanos, hasta llegar a un segundo nivel; el de indagar en lo más profundo para averiguar acerca de las cosas que ocupan mi tiempo y emitir un juicio acertado, listo para su pronta difusión.
Reencontrarse con la familia siempre o casi siempre es bueno; por lo menos da una oportunidad de revisar esas raíces que se quiera o no, son parte de cada uno. Junto a Sandra pude comentar sobre las riñas familiares, esas que se mantienen disfrazadas con una sonrisa y buenos deseos para el otro. Esto me hizo pensar en la razón por la cual me distancié de mi familia paterna y vi que nada había cambiado mucho; unos años más, alguna experiencia adquirida y quizá, desde el ínfimo punto del planeta en el que me encuentro, pueda hablar de una pequeña dosis de madurez que me ayuda a comprender mejor la vida y lo que me rodea.
Ricardo se quedó un par de días más y aprovechamos a subir al teleférico, comimos, caminamos y conversamos mucho; de su mano delineé mejor mi norte. Sin darse cuenta me presentó unas opciones que no había considerado; tan sólo me habló de su experiencia, pero fue suficiente. Su consejo fue acertado y caló hondo en mi corazón.
Las niñas, es otra historia; me regalaron mucha alegría y energías para seguir caminado.
Terminé el año con un profundo agradecimiento y eso me trajo a este momento en el que escribo la carta que les dedicaré a mis tíos, por convertirse en mi ejemplo y fuente de inspiración.
Ahora sólo me queda seguir construyendo ese camino que me lleve a conseguir mis metas...
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